jueves, 22 de diciembre de 2011

Y ahora, quién llevará hasta tu puerta
las tiendas, las trompetas,
los estandartes de un asedio suplicante.

Desciendo hasta las ruinas que ha dejado
una guerra invisible
a buscar una flor que te conmueva.
La única certeza de una vida
iluminada por las grietas
de un mundo hecho pedazos,
realidad hendida, feroz e inacabable
como las bocas abiertas de las hienas.

Mientras, la lluvia dispara su metralla de  ciénagas
donde esconde el amor
los tronos, las cadenas,
refugios melancólicos
del eco reverberante  de tu ausencia.
Acariciada muerte última
entre tantas derrotas repetidas

viernes, 2 de diciembre de 2011

Tal vez después de hoy la  muerte se haya ido
por el camino que va a parar al mar,
ese camino largo y melancólico
que termina en la orilla
de un vestido mojado con tus lágrimas,
como terminan mis ojos extraviados
pidiéndote perdón por haberte perdido,
por el  mar cenagoso de las risas sin fondo
y por la fiesta de carbón que cayó encima
del ahora, del más tarde y del después,
sin que pudiera atajarla con las manos.

Quizás el mismo mar que devuelve a la orilla
los cantos de los coros tristes de la escuela,
los pedazos dispersos de huesos de las vacas,
los hilos perdidos de la música inútil
de una lengua de sordos,
y el llanto acompasado de los niños en cajas,
quizás, decía,  me traiga algo de vos.
Algo como un recuerdo,
nada más.
Para no morir de soledad, solamente de pena.

Así, te lo prometo, estaré, eterna y encendida
 en la ventana fría del faro hacia la nada.
Allí, donde los ojos órficos del amor
imaginaron alguna vez
 tus ojos y tu sonrisa
Es verdad. Algunos han cambiado.
Les pasa a los poemas cuando se quedan  solos:
sufren, se contraen, pierden
palabras, cambian de lugar y sienten
ganas de huir, o de quedarse,
de meterse como una espada en la garganta,
de romperse en pedazos, o volar por el aire.

Les pasa a los poemas cuando entienden
que no los leerás,
que ya no encuentra
tu mano mis pedazos,
y que el rastro de tu boca nunca estuvo
entre las telas blandas y piadosas
que se beben tu nombre.
.

Algunos han cambiado:
les pasa a los poemas cuando entienden
que están solos, que están tristes,
que tus ojos resbalan por palabras ajenas,
y que viajan, desnudos
del amor a la nada.
Perdidamente no. Tienes mi mano.
Tienes mi mano cuando caminas doloroso por la bruma del alba,
cuando te asfixian los muros lisos de los laberintos,
y la reverberación de los gemidos ausentes.
Cuando te desuellan las fauces del deseo y la hiena del miedo,
 tienes mi mano.
En el extravío de la noche, en el repiqueteo de las cruces de la noche, tienes mi mano.
Y cuando te acosen las cuencas vacías del pasado, aprieta mi mano.

Y cuando se apague el fuego del invierno tendrás mi mano.
Y cuando quieras navegar entre sirenas, tendrás mi mano.
Y cuando quieras perderme tendrás mi mano
sin un adiós, sin palabras, confundida en las tuyas.
La melancolía de la tarde
corre como la lava boca arriba
sella puerta adentro los terrores
nos mete los dedos en el alma.  
Cala como un cuchillo en el costado.
Y por eso la gente se reúne
en torno a una mesa a contratiempo,
insectos resistendo la corriente,
Por eso los conjuros de las luces,
de la mezcla de aguas y de vinos
de  recuerdos, de miedos y  deudas de la vida

La melancolía del ocaso
se hunde como una daga en el flanco derecho
cuando la noche ávida de aceras correosas
 nos quiere colgar de pies arriba,
nos chupa los fluidos,
nos vacía de piedras los bolsillos,
nos  sacude las pobres alegrías,
y nos deja clavados como cristos,
desnudos y abrazados,
resistiendo la corriente de los días

De días que se van
Sin haber regresado con tus ojos.

Adolescencia

Puñal clavado sobre el tallo tierno
sobre las manos que cuelgan del madero
o que se aferran...

Viento, temblor, narices dilatadas
flores nuevas por el viento arrancadas.
Las bocas jóvenes perpetúan el beso
y apretados los dientes gimen
un arma y un amor que no comprenden.
Un cerdo pequeño con ojos de niño
bajo una tuna, atado,
al cuerpo tres vueltas la cadena le daba
bajo el sol cruel sombrío
sobre una tierra árida con los ojos cerrados.
.

Al perro temía. Se alegraba
al ver llegar la dueña y su bandeja.

Al día siguiente lo degollarían.
La espuma de los días,
la gozosa, la risueña caída de la lluvia
en los dedos del alma,
el instante fugaz en que la luna,
en la noche balsámica de lirios,
es el vértice de un arco que nos une.
La espuma de los días que nos sacia
con lentitud y gozo
el brillo de los dioses en las almas,
y el amor a las hembras y a la tierra.

La espuma de los días
 se vuelve, en un instante, cieno,
lava volcánica, ceniza, ceniza opaca,
piedra. 
Sobre mi vasto pecho tu cabeza
mil veces deseó morir.
Y ahora, que en el hueco de las manos de la muerte
se inclina mi cabeza,
nada:
ni el madero de tu pecho,
ni una garra animal,
ni la luz.

Ni el dolor ni la muerte
me salvan del amor.
Lejano está el día, y en mi recuerdo
qué dulce era el naufragio de tus ojos